Los edenes están verdes,
más verdes son tus balandros
la senda que conduce a tu vereda
está adornada de tus divinos besos
y de las inmaculadas brisas
que besan tus magos cabellos
de aguas tiernas
que te suspiran con vehemencia
como las inaccesibles estrellas.
Pequeña mía,
eres como la chispa de luna blanca
como la cantinela de la cigarra
en las noches cuando ella sueña,
los maderos de mi barca
se inclinan por los dedos de tus mareas
floreciendo con las líricas
sinfonías de la esperanza
que fantasean tus pulcras pupilas.
Compréndelo amapola mía
y de los campos sensitivos,
Paloma de mis campiñas,
está desesperación que tengo
por no tenerte es más profunda
que el abismo roto,
insondable piélago, frío y oscuro.
Amapola de mis campos libres
cuántas veces bese tus delicados pies
y embellecido tu boca
con las aguas de la lluvia loca.
Ven ángelus de la tarde
lleva a mi diosa a los mares de Venecia
y expándame en las azules albas
y en los trigales de tus primaveras
para que me bese
como besa el agua del mar
a las ávidas arenas de la playa sola
encáuzame en los ríos de tus ojos
y en tus cañaverales de tus pestañas.
Acaríciame como acaricia la lluvia
a los campos de la tierra árida
que bendita se inclina gratificada
y besa los pies del cielo,
¡Oh! vientos del norte
traedme a mi Sibilina
hacia mi esotérica barca
quiero morir con ella
en las alfombras y plumas
de sus solitarias espadañas.
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