LA CASA DE LA MURALLA
Era una casa
de piedra
solariega y
amurallada,
catorce
abetos tenía
cercando
toda la casa.
Un negro
portal de rejas
era su
primera entrada,
la segunda
de madera
y por dentro
una palanca.
Entré
despacio y sin luz
como una sombra que vaga,
pero sereno
a la vez
para ganarme
la baza.
Una vela me
encendí
cuando llegué a una sala,
cerrada con diez cortinas,
todas ellas embrujadas.
Ya dentro de
la casona
en una mesa muy larga,
había seis candelabros
y los seis
eran de plata.
Cuatro
bandejas había
y ensaladeras sin tapa,
y cien cubiertos brillantes
metidos en una caja.
En otra sala
escondida
que a penas se iluminaba,
aquella vela chiquita
que me enseñaba la casa,
al dar tres pasos al frente
al lado de una ventana,
se hallaba una vitrina
con dos cabezas humanas,
en dos bandejas de vidrio
como vivas, disecadas.
que decapitaran los “cínios,”
aquellos veinte asesinos
con sus verdugas espadas.
Pero lo más
sorprendente,
y aquí me quedé sin habla
al ver las copas con sangre,
y
sobre la sangre una cara.
Copa a copa
fui mirando
a ver que
rostros hallaba,
entre los
blancos y rojos
de los que
allí traspasaran,
con quince
sables de oro
y cinco
largas espadas.
Todos eran
campesinos
que en la
mesa sentenciaran,
mas de las
copas presentes
de las que
allí se encontraban,
eran de
veinte asesinos
que dejaran
de tomarlas.
Al lado de
tantas copas
de botellas
y garrafas,
me
espantaron tantos ojos
y tantas
humildes almas,
que penaban
en botellas
y en las
azules garrafas.
Tenían cara
de hombres
con patas de
salamandras,
y ojos como
las moscas,
que al
mirarlos te espantaban.
Las
traidoras y alcahuetes,
prostitutas
y borrachas,
al meterlas
en botellas
y en las
ocultas garrafas.
1.
enfermaran de ictericia
y de la
canina rabia.
.
Qué ojos de
grandes moscas,
qué grandes
eran sus alas,
qué extrañas
figuras había
por dentro
de aquella casa.
Al apagarse
la vela
de la
diminuta llama,
de las
botellas salían
miles y
miles de almas.
Y otros
espíritus vivos,
de mujeres
fusiladas,
que venían
por la noche
beber saliva
de araña.
Aquello era
un refugio
refugio de
extrañas almas,
posada de
los espíritus
que
solitarios vagaban.
Un vil lugar
de sentencias,
de espíritus
que se encarnan,
en la idea
de los hombres
y por todas
sus entrañas,
para hacer
barbaridades,
barbaridades
macabras.
Mas todo lo que describo
sobre esta casa que espanta,
dicen que hay una alcoba
y en dicha alcoba un fantasma,
y aquellos veinte asesinos
de los que habían bebido,
la
sangre de tantas almas.