domingo, 8 de marzo de 2015





LA ENCONTRÉ Y LA AMÉ


En la desesperación

de la pálida mañana,

imaginé hallarla en la ribera

la busqué en las piedras.

y en todos los rincones 

el mar dormido estaba,

la marea en descenso reposaba

y la brisa bordaba versos

sobre la arena tejía.



Los mazaricos pasaban

en sus rápidas bandadas,

más dos garzas blanquecinas,

se hallaban en la playa,

vieron corren mi llanto

por la falta que me hacia

por la ausencia de mi amada

por la ausencia que buscaba.


Con mis cortas pupilas 

en la sombra blanca imbuía,

hallarla y mirarla de cerca,

y para palparla con mis ojos.


Hasta que la vi luminosa,

Imperiosa y tan hermosa

Allí estaba, allí lloraba

donde se mueren las barcas

donde duermen los recuerdos

de las sirenas amadas.

Lejos, en un pedregal,

donde se pudren las algas,

donde el viento osado brama

encima de las sogas.

Me fui acercando a la sombra,

a una hermosura extraña

¡Qué celestial perfección,

qué forma tan concluida!


Cuando advertí su semblante

supe que era ella, 

de rodillas me postré

para mirarla y amarla.

Sentadita en una peña,

bajo su santa aureola,

estaba lánguida y triste,

pensativa y solitaria.


Por la pena mía lloraba,

lloraba por mi amargura,

sentía melancolía

al dejarme solo y triste

despojado y sin ella.


Yo le tendí mis manos

para poder consolarla,

dándole cinco mil besos,

sobre sus velos de nácar,

qué alegría tan grande

fue para mí hallarla

besarla y adosarla.


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