Noche sin luna,
cuando cruzabas
la calle sombría
de luces opacas.
Noche sin luna,
el alma que ama
se acerca a mi rostro
con ojos de plata.
Al abrir mi fuente
sus labios resbalan,
con un dulce beso
por mis blandos labios;
que nunca y que nadie
así los besaran.
¿Por qué vida mía
viniste a mi cara,
besaste mis cielos
como enamorada,
mirando a mis ojos
sin decir palabra?
Qué intrépida fuiste,
te dijo mi alma
y tu linda boca
tan presta y callada,
se dijo entre dientes:
¡que bello es vivir
cuando eres amada!
Yo rocé tu pelo
de avena dorada
y te di un beso
en la sombra vaga
como el trovador
que besa a su amada
o a su bella ninfa
o a su enamorada.
Qué breve momento
de estallar el mundo
entre las dos bocas
y entre las dos almas.
Desde aquel entonces
mis tristes pupilas
recuerdan miradas
de tus ojos bellos
vestidos de plata,
tus labios de leche,
tu boca de grana,
tus manos de espuma,
tu cuello de nácar
y lo más sublime
de nuestra semblanza
han sido las notas
de tus dulces arpas;
voz de los violines,
y laúdes, guitarras,
y aquel llanto mío
de profunda entraña
atado a mi pecho,
clavado en mi alma
por la atracción
que nos consumía
y nos devoraba.
Mientras que en oculto,
sin decir palabra,
nuestra adoración
así se mostraba
y se sostenía,
y se sustentaba
derramando amor,
“de cor a cor”
en dulces miradas.
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