Llevado en el aire
en nubes calladas,
dueño de la tierra,
el sabio y la trampa.
A ver se quería,
a ver se aceptaba,
a cambio del mundo,
y que le adorara.
Sentado en la orilla
con redes pescaban,
los hijos del viento
con sólo una barca.
Y sobre las sendas,
derecho en las plazas,
salían los áspides
oír sus palabras.
Cruzaba senderos,
sentaba moradas,
dejaba la idea,
escrita en las almas.
Oían delicias,
oían palabras
oían sermones
desde la montaña.
La gente era otra
cuando Él hablaba,
infundiendo vida
e inflamaba almas.
Rompía cerrojos
de puertas cerradas,
y ardían blasfemias,
las pompas y famas.
Era luz de estrella,
astro de esperanza,
nave de albedrío,
pozo de agua clara.
En sabiduría,
en la idea clara,
en los ojos tristes,
donde El miraba.
Dormía en el viento,
grababa en la playa,
sus letras de arena,
y no se borraban.
Y en la transfigura
del cuerpo y del alma,
dulces aleluyas,
delicias y gracias.
Lamento sensible
por la amada Patria,
su voz se extendía
por tierras lejanas.
Y con su presencia,
y con su mirada,
por fuera de puertas,
junto a las murallas.
Sus celos ardían
de amores de Casa,
vuelan palomas,
los doctores callan.
Huido en el huerto,
la noche cerrada
la sangre en su frente,
surcaba su cara.
Ya vienen antorchas,
la traición avanza,
un beso le entregan
por treinta de plata
La idea de luna,
la trampa romana,
el grito del monte,
la entrega del alma.
Pues Alguien de lejos
en tragedia santa,
suspiró profundo
en su voz callada.
Y se fue en el viento
en mañana blanca,
subiendo y subiendo,
aquel querubín
volando a su Patria.
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