Circulaban el aire y las estrellas
el paraíso se quedó desierto
y ensangrentado sobre la tierra
el abismo vacío y oscurecido,
vestía rojo, amarillo y cobrizo
los humos salían del barro
y cubrían las sombras
que ella había señalado.
Era ella, la matrona de la sombra,
la que divagaba por todos los senderos
y encendía sublimes piedras
Sollozaba la brisa muy triste
inclinada sobre las aguas del río.
las montañas avanzaban en besos
y se perfilaban por los espacios del silencio.
La luna estaba afligida y solitaria
y las noches todavía eran albas,
pero era ella, quien paseaba
por las sendas de su selva
y se movía a complacencia,
en la profundidad de la otra noche,
de su propia sombra.
Nada había para ella:
sólo el sabor de la sangre
y el fulgor de ver lo que había hecho...
Inflamaba la tierra,
gritaban los volcanes,
pero ella se vestía de estrella
para iluminar todos los senderos
y los tesoros de su selva.
Pero fue ella, cual hembra ingrata,
bestia, maldita e insurgente
vigorosa de aquella luz etérea
quien luego murió en la oscuridad,
y se quedó en la más profunda fosa
yaciendo en las tinieblas de su sombra.
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