Vacíame en los magos bosques
de mi melancolía,
pero antes concédeme,
oh dorada mía,
el sueño inusitado
que este enamorado suspira
desde la fosa de sus entrañas,
anhelando entrar
en ese triángulo de muerte
de tu frondosa pelvis
y en tus encerados muslos para sentir
el ardiente fuego de la gloria sensitiva,
que está en el fondo
de tu escondida luna.
Y surgirá el grito crepuscular
en tus sedientos labios
y me encorvaré encima
de tus blandas sedas
y de tus columnas de pórfido,
de mármol y de topacio;
aquí moriremos bajo
las hogueras amarillas,
y en la fosforescencia nocturna
que se cierne en la divina capilla
de tus bellísimos ojos.
Refúgiate en el follaje
de mis entrañas,
debajo de la capa crepuscular oceánica
y de mis desamparos,
que están en el místico afán
de un perpetuo amor.
Atesórate de mí,
oh salitrada gaviota,
para que surjan las hadas
de otros edenes
y vuelen sobre el arco del cielo,
recorriendo misteriosos sueños
de nuestro hermosísimo amor,
oculto en las fosas esotéricas del silencio.
Cuando vuelvas a mi boca
se encenderán las lámparas
de la otra orilla del mundo
y serás vestida de chispas
en las alcandoras islas,
que habitan en las blancas playas
de nuestra alma
y en la expansiva idea
de nuestro amado ser.
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